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Wednesday, 31 October 2012

Sentirse estúpido y la intelectualización freudiana


Redefiniendo las aristas de todo aquellos que uno sabe; la vulnerabilidad del pensamiento en contraposición a la versátil fragilidad de la sabiduría. Tratar de complejizar lo simple es casi tan estúpido como intentar de simplificar lo complejo. Hay, a pesar de esto, breves momentos en los que nos resulta inevitable sentirnos estúpidos. Las comparaciones suelen ser crueles, para nada ecuánimes. Decididamente arbitrarias. Nos obligan a llegar a un punto en que nos cuesta evaluar nuestro nivel de inteligencia ante la avasallante impulsividad de conocimiento, o sed del mismo, de que nos vemos rodeados constantemente. Es esa competición malsana, carrera de todos y de nadie contra la nada, o contra el todo, que tensa nuestro espíritu y desarticula nuestra capacidad de inhalación. Porque todo se reduce a eso, simplemente; nuestra habilidad de recordar qué somos, de qué estamos hechos. Nuestra sangre corre en unanimidad con la del resto del mundo, así como nuestros corazones laten al unísono. Aunque algunos parecieran latir más fuerte, o más rápido. O comprender más y mejor.

Esa competición nos desgracia la habilidad de ser misericordiosos con nosotros mismos, y La Parca se manifiesta tras nuestra abatida espalda para destazarnos con su vieja y oxidada guadaña, que la vida de tantos ya se ha cobrado, y lo seguirá haciendo mientras dure la existencia humana, que muchos dicen, entonará sus finales acordes a mediados de diciembre de este ecléctico e intenso año 2012. Puedo imaginar muchas ventajas si eso en verdad llegara a suceder; tal vez demasiadas, y eso, me gustaría decir que asombrosamente, no me asusta ni entristece en lo absoluto. Las desventajas son muy pocas. ¿Nos encontramos ante una redefinición de nuestro viejo planteo comparación/competición? Por supuesto.

Recaer en la intelectualización freudiana para sobrevivir nuestro sentimiento de estupidez es, sin dudas, una manera de sobrellevar la situación para evitar que duela tanto. Pero por más que la envolvamos y la ocultemos en lo más profundo del cajón, la manzana seguirá estando podrida… Lo hice nuevamente. Esta vez le tocó el turno a la racionalización. ¡Nunca aprenderé! ¿Es, acaso, el humor una mera manifestación de un proceso racionalista? ¿Es la solemnidad la apoteosis de la intelectualización?

¡Eureka! La respuesta que he estado buscando durante tantos años. El siguiente paso será sumergirme en los anales del subconsciente y hallar las piezas flojas, para que el reloj comience a dar la hora exacta de una vez y por todas… Otra exhortación racionalista… No es fácil ser tu propio psicólogo.