Redefiniendo las aristas de todo
aquellos que uno sabe; la vulnerabilidad del pensamiento en contraposición a la
versátil fragilidad de la sabiduría. Tratar de complejizar lo simple es casi
tan estúpido como intentar de simplificar lo complejo. Hay, a pesar de esto,
breves momentos en los que nos resulta inevitable sentirnos estúpidos. Las
comparaciones suelen ser crueles, para nada ecuánimes. Decididamente
arbitrarias. Nos obligan a llegar a un punto en que nos cuesta evaluar nuestro
nivel de inteligencia ante la avasallante impulsividad de conocimiento, o sed
del mismo, de que nos vemos rodeados constantemente. Es esa competición
malsana, carrera de todos y de nadie contra la nada, o contra el todo, que
tensa nuestro espíritu y desarticula nuestra capacidad de inhalación. Porque
todo se reduce a eso, simplemente; nuestra habilidad de recordar qué somos, de
qué estamos hechos. Nuestra sangre corre en unanimidad con la del resto del
mundo, así como nuestros corazones laten al unísono. Aunque algunos parecieran
latir más fuerte, o más rápido. O comprender más y mejor.
Esa competición
nos desgracia la habilidad de ser misericordiosos con nosotros mismos, y La Parca
se manifiesta tras nuestra abatida espalda para destazarnos con su vieja y
oxidada guadaña, que la vida de tantos ya se ha cobrado, y lo seguirá haciendo mientras
dure la existencia humana, que muchos dicen, entonará sus finales acordes a mediados
de diciembre de este ecléctico e intenso año 2012. Puedo imaginar muchas
ventajas si eso en verdad llegara a suceder; tal vez demasiadas, y eso, me
gustaría decir que asombrosamente, no me asusta ni entristece en lo absoluto. Las
desventajas son muy pocas. ¿Nos encontramos ante una redefinición de nuestro
viejo planteo comparación/competición? Por supuesto.
Recaer en la
intelectualización freudiana para sobrevivir nuestro sentimiento de estupidez
es, sin dudas, una manera de sobrellevar la situación para evitar que duela
tanto. Pero por más que la envolvamos y la ocultemos en lo más profundo del cajón,
la manzana seguirá estando podrida… Lo hice nuevamente. Esta vez le tocó el
turno a la racionalización. ¡Nunca aprenderé! ¿Es, acaso, el humor una mera
manifestación de un proceso racionalista? ¿Es la solemnidad la apoteosis de la
intelectualización?
¡Eureka! La
respuesta que he estado buscando durante tantos años. El siguiente paso será
sumergirme en los anales del subconsciente y hallar las piezas flojas, para que
el reloj comience a dar la hora exacta de una vez y por todas… Otra exhortación
racionalista… No es fácil ser tu propio psicólogo.