Escena extraída de "Alizane - El Caballero Enmascarado". Obra de mi autoría. Que la disfruten!
Milo visitó a Anita esa noche. La encontró muy desalentada. Su rostro estaba cubierto en lágrimas. Al verlo, ella se levantó de un salto y corrió para abrazarlo con todas sus fuerzas. Su amistad era lo que más necesitaba en esos momentos.
—¿Por qué estás tan triste? —preguntó él.
—Por todo lo que está ocurriendo —dijo Anita.
Ambos se sentaron en la cama. El viento soplaba muy frío más allá de la
ventana, y las brisas que filtraban, irreverentes, enfriaban la habitación.
Milo no supo qué contestar inmediatamente.
—Sí, todo parece ser muy complicado, ¿no
lo crees?
Ella asintió.
—¿Sabes qué es lo que más me molesta de
todo?
—¿Qué?
—El Caballero Enmascarado parece
arrebatar la esperanza de todos —musitó
Anita mientras la angustia le oprimía cada músculo del cuello—. Es como si intentara destruir todo lo que es bueno y
positivo en el mundo.
—Bueno, él es un ser perverso —razonó Milo—.
Imagino que ese es su deber.
Ella le dio un golpe en el hombro. Luego se arrepintió y le acarició el
rostro.
—¿Por qué la gente elige ser mala? —soltó Anita.
Milo tragó saliva. Tampoco estaba muy seguro de cómo debía responder a esa
pregunta.
—Pues, no creo que la maldad sea una
elección. Algunas personas simplemente son como son.
La mirada de Milo era tan sincera como siempre. Sus ojos marrones
transmitían una cadencia confiable y serena, que por momentos se volvía
nerviosa.
—Tal vez tengas razón —murmuró Anita, para nada convencida, y luego esbozó una
amplia sonrisa—. ¡Ya sé cuál será mi segundo
deseo!
Milo unió las manos sobre el regazo, ansioso.
—¿Cuál es tu deseo, Anita?
—Quiero que el mal deje de existir en el
mundo. ¡Quiero que todos sean buenos y felices! —exclamó,
fascinada.
El brillo se desvaneció de los ojos de Milo, como empujado por una corriente
de aire espeso y oscuro, cargado de tristeza y desesperanza. La impotencia lo
obligó a torcer la espalda. Podía sentir su peso en cada vértebra.
—No creo ser capaz de hacer eso, Anita…
No tengo el poder suficiente para cambiar al mundo.
—¡Por supuesto que sí! Los grandes
cambios comienzan por los esfuerzos más pequeños, ¿no lo crees, Milo?
Él sonrió.
—Tienes razón —respondió.
—¿Concederás mi deseo, entonces?
Mientras le sostenía la mano, cálida y amablemente, Milo Wilkinson susurró:
—Haría lo que fuera por la persona que
cambió mi mundo.