Fue un hombre que le hizo caso a su
intuición.
Nació el 6 de agosto de 1881 en Escocia y
dedicó su vida a la medicina y a la ciencia. Elaboró vacunas y sueros en un
hospital de Londres y se quedó sorprendido por la cantidad de muertes
ocasionadas por infecciones. Así se despertó su interés por el descubrimiento
de nuevos tratamientos para combatirlas.
Para ser médico, no era muy ordenado ni le
prestaba demasiada atención a la limpieza. Eso lo llevó a hacer dos grandes
descubrimientos que cambiaron el curso de la medicina para siempre.
Un día, estando muy enfermo, se encontraba
trabajando en su laboratorio cuando estornudó sobre una placa de Petri que
contenía un cultivo bacteriano. Al analizar la mucosidad, descubrió la
existencia de la lisozima. Esa es una enzima cuya deficiencia aumentaba la
probabilidad de infecciones en un paciente.
En septiembre de 1928, mientras trabajaba
con otros cultivos de bacterias, notó que se había formado una mancha de moho
en uno de ellos. Eso no le resultó muy extraño. Sin embargo, notó que ya no
había bacterias alrededor de la mancha.
Entonces decidió analizar ese hongo, que
luego logró identificar como «Penicillium notatum» y descubrió que producía una
sustancia natural antibacteriana llamada penicilina. Ésta lograba la exitosa
eliminación de bacterias como el estafilococo.
Hizo experimentos en conejos y comprobó que
la penicilina parecía tener efectos positivos y a principios de 1929 presentó
su descubrimiento al Diario Inglés de Patología Experimental. Sus colegas lo
subestimaron y no le dieron la importancia que él estaba buscando.
No fue sino trece años después de su
descubrimiento que la penicilina comenzó a ser producida en cantidades masivas
en los Estados Unidos.
Alexander Fleming fue el responsable de un
cambio de paradigma y del comienzo de la conocida «Era de los antibióticos».
Gracias a la casualidad y a su intuición,
logró salvar la vida de millones de personas.
Y el día de hoy lo sigue haciendo.
Gracias por todo, Alexander.