Alizane contemplaba
el paisaje que se extendía más allá de sus ojos a través de la ventana de su
habitación. El viento desprendía las débiles hojas marchitas que todavía se
aferraban, insistentes, a los árboles. Lo único que perturbaba la tranquilidad
del momento era el estridente sonido de aquel aparato electrónico que Haru
había encendido hacía ya más de una hora. Daba la impresión de que estaba muy
entretenida; sentada en su cama, y en enérgica actitud de combate, sus pulgares
se movían sobre los botones a gran velocidad. De tanto en tanto, sacaba la
lengua y fruncía el ceño, mientras todo su cuerpo se contorsionaba en
divertidas posturas.
—¡Sí! —exclamó, victoriosa, y elevó un puño al aire—. ¡Sabía que lo
conseguiría! ¡Sí!... ¡No! ¡No, no! ¡Noooooooooo! —lamentó y cayó de rodillas al
suelo.
Alizane, entre el susto y el desconcierto, dio media vuelta y la observó
sin decir una palabra. La joven smerphyn se
había arrojado a los pies de la cama, con un cable en la mano. Había conectado
un extremo a su iPhone blanco perlado y con el otro buscaba un enchufe en la
pared. De repente se dio cuenta de que en Gerumman no existía ese tipo de comodidades.
Tratando de no caer en pánico, dijo:
—¿Puedo pedirte otro favor?
Alizane entornó la mirada con cierto fatidio.
—Ya me pediste que le lanzara ese hechizo anticongelante a esa cosa
electrónica —suspiró.
—Se llama iPhone —rectificó la otra.
—¡Como sea! —resopló Alizane—. Me tomó tres días tratar de entender ese
hechizo, hasta que por fin lo conseguí.
Haru asintió a cada palabra con una sonrisa amplia y satisfecha. Tenía el
iPhone aferrado contra su pecho.
—Lo sé, y por eso te debo la vida. ¡No sabes cuántos meses esperé para
poder usar este teléfono! Pero ahora necesito tu ayuda una vez más.
—¿Qué pasa? —se resignó Alizane. Sabía que Haru se terminaría saliendo
con la suya, por más que ella se negara.
—Alizane, ¡no encuentro el enchufe!
—¿El en-qué? —objetó esta,
desorientada.
—¡Gggrrr! —rezongó Haru y corrió a la otra esquina de la habitación, pero
no encontró lo que estaba buscando—. ¡No puede ser cierto! ¡Me niego a creerlo!
¿Qué voy a hacer ahora, Alizane? ¡Mi iPhone ha muerto!
—¿Te refieres a esa pantalla blanca?
—¡Sí! Estaba a punto de concluir el tercer nivel de Dinoman justo cuando la batería se ha agotado. Había acabado con
todos los Dino-zombis de la Fábrica Abandonada. ¿Sabes todo el tiempo y el
esfuerzo que me ha costado?
—Unas dos horas y, por lo que veo, bastante energía —sugirió.
—No te pases de lista conmigo, niña.
Entonces, una idea surgió en su mente. Se abalanzó sobre su maleta y
comenzó a arrojar todo lo que encontraba dentro. Sostenes, medias, faldas y
camisas volaron por el aire, a medida que su desesperación crecía.
—¿Qué estás buscando? —preguntó Alizane.
—¡Baterías cargadas! —respondió la otra, sin paciencia y muy concentrada
en lo que hacía—. Tiene que haber alguna por aquí… ¡Por favor, dime que todavía
me queda una!
Alizane giró el rostro hacia la derecha, y luego hacia la izquierda. No había
nadie más en la habitación y, aun así, dudaba mucho de que se estuviese dirigiendo
a ella. Haru no era de esas personas que hablan consigo mismas, así que comenzó
a darse cuenta de estaba perdiendo la razón.
—¿Qué es una batería? —quiso
saber, confundida.
—¡No tengo tiempo para estas cosas, Alizane! ¡Necesito encontrar una batería!
—gritó Haru, rabiosa, hasta que por fin halló lo que estaba buscando, en lo más
profundo de su vieja maleta.
Se trataba de un pequeño rectángulo de plástico negro con algunas
inscripciones en letra ilegible y símbolos que Alizane desconocía. Haru tomó el
artefacto blanco con el que había estado jugando, retiró la tapa posterior y
reemplazó la batería. Lo encendió de
nuevo, pero no funcionó. Se puso de pie y, a medida que la resignación se
apoderaba de su ser, la smerphyn se
dejó caer de rodillas al suelo, con su teléfono móvil entre las manos.
—Haru, ¿estás llorando? —sonrió Alizane, incrédula.
—¡Por supuesto que sí! —vociferó Haru y se frotó los ojos con rapidez.
Luego se sentó en la cama y se cruzó de piernas, como una niña caprichosa—. ¡Ya
nada tiene sentido! ¡Nada! ¿Qué haré ahora? ¡Terminaré por volverme loca en
este mundo sin videojuegos! ¡Loca como tú! ¡¿Por qué?! ¡¿Por qué?!
—¡Deja de lloriquear! —regañó Alizane, irritada—. Estoy segura de que
existe alguna alternativa mágica para recargar la energía de tus baterías. —Comenzó
a revisar unos libros de hechizos que había sobre el escritorio.
Haru ahogó un grito de alegría, y corrió junto a Alizane. Tomó uno de los
libros más grandes y lo abrió por la mitad. Fingió concentración; un segundo
después clavó el dedo índice en la página derecha y exclamó:
—¡Este! ¡Este hechizo funcionará!
Alizane detuvo la búsqueda. La miró a los ojos, aunque Haru no apartaba
la vista del libro, y luego estiró el cuello para leer.
—Costillas de cerdo acarameladas. ¡Cómo hacerlas extra-crujientes!
—enfatizó la joven—. Haru, este es un libro de cocina.
—¡Ya lo sé! ¡Tengo hambre! Podrías cocinar algo mientras encuentras el
hechizo que estoy buscando.
Alizane no pudo hacer otra cosa más que soltar una carcajada.
—Eh… eso no va a ocurrir, querida.
Ofendida, Haru se cruzó de brazos y la miró con ojos fulminantes.
—Puedes ser muy egoísta cuando te lo propones, ¿lo sabías?
Alizane le hizo caso omiso y continuó hojeando, mientras Haru trataba a
toda costa de encender de nuevo su teléfono. Tras cinco intentos, desistió.
—Voy a buscar algo de beber, ¿quieres algo? —preguntó, y se encaminó
hacia la puerta.
—No, gracias. Estoy bien.
—Como quieras. —Haru giró el pomo de la puerta, dispuesta a salir.
Sin embargo, se detuvo tras poner un pie fuera, y retrocedió. Cerró la
puerta, y se sentó en la cama. Alizane la observó en silencio, y preguntó:
—¿Qué ocurre? Creí que salías a buscar algo de beber.
—Sí, cambié de idea. No tengo ganas de cruzarme con Linda Mitgleed. Desde
que la señora Nibblet y Lucy se fueron de viaje, esta casa se ha convertido en
un martirio interminable.
—Es verdad —suspiró Alizane, y dio media vuelta para reposar sobre el
escritorio—. Ya han pasado cuatro días y todavía no han regresado. ¿Me pregunto
qué las demora tanto?
Con un signo de interrogación en el rostro, y los hombros ligeramente
alzados, Haru dijo:
—No tengo ni idea de por qué se fueron en primer lugar.
—Solo dijeron que era importante. ¿Crees que tendrá que ver con el
maestro Zollmore?
—Tal vez —respondió Haru—. ¿Quién puede saberlo? ¡Yo solo quiero jugar a Dinomaaaaaaaaaannnnn! ¡Tu-tu-ru-ru-ru!
¡Tu-ru-ru-ru-ru! ¡Tu-tu-tu! ¡Ru-ru! ¡Tu-tu! ¡Tu-ru-ru!¡Bam-bam-bam-bam! ¡DINOMAAAAAAAAAAANNNNNNNNNN!
—Te has vuelto loca —se rió Alizane, sonrojada.
—Hablando de locuras —dijo Haru, y adoptó una inusual postura de
seriedad—. ¿Lograste averiguar algo acerca de ese tal Ly?
Alizane, desalentada, negó en silencio.
—Nada —respondió—. Revisé todos los libros de la biblioteca, pero no
existe ni el más mínimo detalle acerca de algo o alguien bajo el nombre de Ly.
—Tal vez ese estúpido dlousen
nos mintió para salir del paso.
—Es posible… No puedes confiar en un demonio, después de todo.
Entonces algo distrajo la atención de Alizane. Al otro lado de la
ventana, tenía lugar un evento extrañísimo. Confundida al principio, en actitud
de sospecha luego, cerró el libro de golpe y se apartó del escritorio.
Descorrió las cortinas y alzó la cabeza para tener una visión más clara de lo
que estaba ocurriendo.
—¿Ya encontraste el hechizo? —preguntó Haru.
—Haru, tienes que ver esto —dijo con voz petrificada.
La smerphyn saltó de la cama y
sin mucho ánimo caminó hacia ella. Apoyó sus manos enguantadas y los cristales
de la ventana se cubrieron de escarcha, congelados.
—¿Qué demonios significa esto? —preguntó Alizane, al ver como miles de
recuerdos se reunían en lo más alto del cielo y marchaban hacia el sur.
Todos tenían sus brazos fantasmagóricos extendidos y cargaban sus
guadañas con orgullo y responsabilidad. Las jóvenes se miraron entre sí, atónitas.
Entonces Alizane tuvo un presentimiento. Salió corriendo de la habitación a
toda prisa. Haru, desorientada, la siguió. Alizane aceleró hacia la puerta
principal y la abrió justo a tiempo para ver como Vormund, el recuerdo que la había acompañado
desde que había dejado la Aldea, desplegaba su guadaña y se elevaba en el aire
para reunirse con los demás. Todos los habitantes de Parque Leamond estaban
reunidos en la calle y mantenían un nervioso silencio.
—Fueron convocados por los voceros del Templo Nomure —dijo una voz detrás
de Alizane y la llamó al sobresalto.
Se dio la vuelta. Era Betty Verkraft, quien, con expresión de pesar y
angustia, mantenía la firme mirada de sus ojos negros puesta en los recuerdos
que se marchaban para cumplir con su misión.
—¿Los voceros? —chistó Alizane—. ¿Acaso ha ocurrido algo con la princesa
Liz?
Betty negó en rotundo con la cabeza. Estaba de brazos cruzados. Alizane
nunca la había visto tan resignada.
—Se trata de Daron —dijo—. Los voceros creen que ellos podrán encontrarlos.
Haru frunció las cejas, suspicaz.
—¿Por qué ahora? ¿Por qué los recuerdos y no otras criaturas?
—No lo sé —soltó Betty—. A mí también me parece muy extraño.
Alizane desvió la mirada al cielo. Estaba cubierto en su casi totalidad
por las negras y vaporosas túnicas de los recuerdos. Ocultaban el fulgor del
sol, hasta el punto de que en algunos instantes parecía de noche. Luego observó
a la gente. Vio sus expresiones, sus actitudes. Muchos se abrazaban con miedo,
otros se llevaban las manos al rostro con terror y unos cuantos lloraban por lo
bajo.
—¿Qué ocurrirá con los habitantes de Gerumman? —preguntó Alizane—. Los
recuerdos les brindaban sosiego, pero ahora todos estaremos expuestos.
—Me temo que tienes razón, querida —soltó Betty con los ojos vidriosos.
—Nada de esto tiene sentido —finalizó Alizane—. Es una locura.