Sumergido en un baño de
chocolate, permito que la desilusión se disuelva junto a la desesperanza, y
ambas, sujetas de la mano, se desvanezcan de mi cuerpo. Huéspedes nunca
invitadas, quienes nunca tienen fecha exacta de llegada, ni mucho menos de
partida. Impunes e irreverentes, suelen rentar aquella vieja habitación, que ya
tan maltratada está y ni el más apto de los trabajadores sería capaz de
repararla hasta dejarla ilesa, tal y como lo fue en el momento de su creación.
La tibieza del cálido aroma pareció motivar la retirada de aquellas. Se fueron
hace unos minutos, pero se olvidaron una maleta…
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