Sin ánimos a exagerar, mi madre, María
Inocencia, es probablemente la mujer más pudorosa y naif que conozca. Recuerdo
que supo decirnos—a mí y a mis hermanos, eso es— durante varios años cosas como
«hay tantas historias en mi lado de la familia que ustedes jamás creerían que
son reales, pero que sucedieron». Mi respuesta siempre fue, «¡contanos!». Para
mi tristeza, ella siempre respondía que todavía no estábamos listos para
escucharlas.
Eso fue hasta que, de repente y sin
más miramientos, un día nos juntó a mí y a mis tres hermanos. Ya todos teníamos
más de veinte. Ella estaba muy nerviosa y, a mis ojos, se sentía como si
estuviese por confesar la más bajas pasiones del lado materno de mi familia… Y
ni siquiera me había dado tiempo de preparar pochoclo. ¡Injusticia sin nombre!
Entonces, con un nudo en la garganta y
los ojos desorbitados por el horror, nos dijo:
—Hace muchísimos años, su tío Daniel, el
mayor de mis hermanos, se fue para los Estados Unidos detrás de una mujer. Como
la relación no funcionó, se volvió para Perú. Además, sus tías Elena y Roberta llevan
desde hace añares una disputa que no sé cuándo comenzó, pero al día de hoy no
se dirigen la palabra. ¿A ustedes les parece? ¡Gente ya grande!
Mi decepción fue tan grande que me
dieron ganas de levantarme y retirarme de la sala sin mirar atrás. Lo único que
me reconfortó fue no haberme tomado el trabajo de hacer pochoclo para aquel
espectáculo, que resultó ser bochornoso y muy falto de dramatismo.
Quizás soy demasiado exigente, pero yo
me esperaba algo más jugoso. Algo como que mi tío Daniel mató a su amante, usó
el cadáver como transporte de drogas a los Estados Unidos y después volvió a
Perú sin que la DEA se diera cuenta. O algo como que mi tía Elena le robó el
marido a mi tía Roberta. ¡No sé! Algo más sustancioso que mereciera la pena aquella
reunión familiar.
Yo, a mis no tan tiernos diecisiete años,
supe que tres de mis compañeros de clase consumían y vendían marihuana, dos de
mis compañeras, que también consumían, eran además alcohólicas y quedaron
embarazadas. Y, por supuesto, a ninguna de las dos les pareció que el embarazo
fuera razón suficiente como para dejar de ponerse en pedo todos los días y
falopearse hasta no saber dónde estaban paradas. Hoy en día son madres de cinco
hijos, entre las dos son abuelas de siete nietos, y como ambas familias parecen
ser alérgicas a los preservativos y a cualquier método existente de
anticoncepción, Argentina se verá forzada a recibir a más de sus tan adorables retoños.
¡Esas son historias, mamá! ¡No un tío
que se quiso hacer el Don Juan y le salió el tiro por la culata y dos tías que
son más tercas que una cabra!
Vergüenza debería darte, María
Inocencia… Mucha vergüenza…
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