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Le voló
el cráneo en mil pedazos con tres disparos directos a la frente. Hizo girar su magestuosa
Magnum 357 un par de veces antes de enfundarla. Alizane aún distaba mucho de
ser una profesional, pero no había dudas de que había adquirido mucha práctica.
Esa noche, ella, Sheila y Haru habían salido de cacería. Los fastidiosos
demonios Krakkan serían sus víctimas.
– ¿Laghert? –inquirió Alizane–. No entiendo de qué nos serviría hablar con
el dios del destino, Haru. Ese sujeto no es más que un idiota.
La smerphyn se encogió de hombros
y soltó un suspiro desentendido.
– No lo sé –balbuceó–. Fue simplemente una idea.
Sheila, suspicaz, miró de reojo a Alizane mientras avanzaban por las
oscuras calles de Addemmon Boulverad. Su Colt Anaconda 44 descansaba sujeta a
su cinturón; aún estaba tibia.
– Pareces tener un desprecio muy especial hacia Laghert, Alizane –intervino–.
¿Se debe a algo en especial?
Alizane esbozó una sonrisa socarrona cuando volteara a verla. Una brisa le
despeinó el flequillo e hizo que sus grandes ojos color miel resplandecieran
con picardía.
– Digamos que nunca tuvimos una muy buena relación –contestó.
– Ya veo –masculló Sheila, poco convencida–. Pero admito que tienes razón…
No sé si pueda sernos de mucha ayuda hablar con él.
– ¡Está bien! ¡Está bien! –suspiró Haru y se llevó ambas manos detrás de la
cabeza–. No tienen por qué refregármelo en la cara. ¡Sé que no fue una buena
idea! Quizás él no pueda decirnos qué hacer, pero es posible que pueda
advertirnos de cuál es el camino menos recomendable.
– No te das por vencida, ¿no? –soltó Alizane, risueña.
– Nunca lo hice y nunca lo haré –dijo la otra, y le guiñó un ojo.
Alizane se rió por lo bajo. En eso, abrió los ojos de par en par y se
detuvo. Sheila y Haru también lo hicieron. Detrás de unos árboles, entre las más
densas sombras de la noche, un Krakkan había
salido a su encuentro. Tenía un solo ojo enorme que centraba su deforme cabeza.
Su piel, amarilla y resbalazida, estaba cubierta de espinas. Hilos de saliva
negra le cubrían los labios en su boca sin dientes. Sus manos tenían forma de
tenaza, como las de un camaleón. Aquella criatura medía aproximadamente un
metro.
– ¿A quién le toca? –preguntó Haru.
– ¡A ti! –respondió Alizane–. Al último lo maté yo.
– De acuerdo –suspiró la smerphyn, y
en un absoluto estado de fastidio y relajación, desenfundó su Desert Eagle
dorada y descargó dos disparos directos al ojo de aquel Krakkan.
La criatura cayó de espaldas de inmediato. Se retorció, agónica, a medida
que su cuerpo se desintegraba en las más efímeras cenizas. El aire se desgració
de aroma a azufre una vez más.
– Solo me gustaría saber qué diablos hacer al respecto –resopló Alizane una
vez que retomaran la marcha.
– ¿Estás hablando de Kazemi otra vez? –preguntó Sheila.
– Sí –asintió la otra–. Todavía no me puedo sacar el tema de la cabeza.
– Tampoco yo –admitió Haru mientras caminaban sobre los restos del último Krakkan que habían asesinado, cuales se
destinegraban en el aire lentamente.
– Tal vez podamos contactar a otras silphyn,
¿no lo creen? –propuso Sheila–.
– ¡Por supuesto! –exclamó Haru y dio aplauso sordo con sus manos
enguantadas–. Hablar con la comunidad de las silphyn parece la solución más adecuada.
Alizane, perpleja, la miró directo a los ojos.
– ¿La comunidad de las silphyn? No sabía que existía tal cosa –admitió.
Haru dejó caer los párpados al tiempo que alzaba las cejas. Con los labios
fruncidos en expresión de decepcionado asombro, le dio un golpe en la nuca, y
luego dijo:
– ¡No seas tan crédula, hija! ¡Solo fue una broma!
– Ya veo –respondió Alizane, avergonzada, y le dio un codazo en las
costillas–. Bueno, admito que la idea de Sheila no me parece tan descabellada.
Al fin y al cabo, ¿quién podría saber más acerca del pacto que otras Hechiceras
de su misma raza?
– Buen punto –reconoció la smerphyn y
las tres se llamaron al silencio por un segundo.
Las brisas de la noche silbaban entre las hojas de los árboles, y las
hacían vibrar. Las jóvenes guerreras comenzaron a sentir que la temperatura
bajaba. Ya se estaba haciendo tarde y ellas estaban algo cansadas.
– Podríamos hablar con Megumi, o tal vez Margot –propuso Sheila.
– No –soltó Haru, rotundamente–. Ya hablé con ellas al respecto y ni
siquiera sabían que existía un pacto del estilo.
Sheila asintió sin decir palabra. También Alizane.
– Bueno –suspiró ésta última–, a menos que una silphyn aparezca de la nada, no tenemos muchas herramientas para
solucionar esta situación.
– ¿Piensas rendirte sin brindar pelea? –chistó Haru, provocativa.
En eso, un Krakkan saltó desde la
copa de un árbol, y con los brazos extendidos, se arrojó sobre Alizane. Hilos
de saliva negra salpicaron sobre ella, mientras la joven alzaba su revólver y
descargaba cuatro disparos directo al cíclope cráneo de aquel demonio. Las
cenizas teñidas de hedor a azufre llovieron a su alrededor, cuando ella dijo:
– Creí que me conocías mejor que eso, Haru.