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Sunday, 26 August 2012

Los demonios Krakkan

Otro fragmento de mi novela Alizane. Esta vez del segundo libro. Que la disfruten! :)
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Le voló el cráneo en mil pedazos con tres disparos directos a la frente. Hizo girar su magestuosa Magnum 357 un par de veces antes de enfundarla. Alizane aún distaba mucho de ser una profesional, pero no había dudas de que había adquirido mucha práctica. Esa noche, ella, Sheila y Haru habían salido de cacería. Los fastidiosos demonios Krakkan serían sus víctimas.

– ¿Laghert? –inquirió Alizane–. No entiendo de qué nos serviría hablar con el dios del destino, Haru. Ese sujeto no es más que un idiota.

La smerphyn se encogió de hombros y soltó un suspiro desentendido.

– No lo sé –balbuceó–. Fue simplemente una idea.

Sheila, suspicaz, miró de reojo a Alizane mientras avanzaban por las oscuras calles de Addemmon Boulverad. Su Colt Anaconda 44 descansaba sujeta a su cinturón; aún estaba tibia.

– Pareces tener un desprecio muy especial hacia Laghert, Alizane –intervino–. ¿Se debe a algo en especial?

Alizane esbozó una sonrisa socarrona cuando volteara a verla. Una brisa le despeinó el flequillo e hizo que sus grandes ojos color miel resplandecieran con picardía.

– Digamos que nunca tuvimos una muy buena relación –contestó.

– Ya veo –masculló Sheila, poco convencida–. Pero admito que tienes razón… No sé si pueda sernos de mucha ayuda hablar con él.

– ¡Está bien! ¡Está bien! –suspiró Haru y se llevó ambas manos detrás de la cabeza–. No tienen por qué refregármelo en la cara. ¡Sé que no fue una buena idea! Quizás él no pueda decirnos qué hacer, pero es posible que pueda advertirnos de cuál es el camino menos recomendable.

– No te das por vencida, ¿no? –soltó Alizane, risueña.

– Nunca lo hice y nunca lo haré –dijo la otra, y le guiñó un ojo.

Alizane se rió por lo bajo. En eso, abrió los ojos de par en par y se detuvo. Sheila y Haru también lo hicieron. Detrás de unos árboles, entre las más densas sombras de la noche, un Krakkan había salido a su encuentro. Tenía un solo ojo enorme que centraba su deforme cabeza. Su piel, amarilla y resbalazida, estaba cubierta de espinas. Hilos de saliva negra le cubrían los labios en su boca sin dientes. Sus manos tenían forma de tenaza, como las de un camaleón. Aquella criatura medía aproximadamente un metro.

– ¿A quién le toca? –preguntó Haru.

– ¡A ti! –respondió Alizane–. Al último lo maté yo.

– De acuerdo –suspiró la smerphyn, y en un absoluto estado de fastidio y relajación, desenfundó su Desert Eagle dorada y descargó dos disparos directos al ojo de aquel Krakkan.

La criatura cayó de espaldas de inmediato. Se retorció, agónica, a medida que su cuerpo se desintegraba en las más efímeras cenizas. El aire se desgració de aroma a azufre una vez más.

– Solo me gustaría saber qué diablos hacer al respecto –resopló Alizane una vez que retomaran la marcha.

– ¿Estás hablando de Kazemi otra vez? –preguntó Sheila.

– Sí –asintió la otra–. Todavía no me puedo sacar el tema de la cabeza.

– Tampoco yo –admitió Haru mientras caminaban sobre los restos del último Krakkan que habían asesinado, cuales se destinegraban en el aire lentamente.

– Tal vez podamos contactar a otras silphyn, ¿no lo creen? –propuso Sheila–.

– ¡Por supuesto! –exclamó Haru y dio aplauso sordo con sus manos enguantadas–. Hablar con la comunidad de las silphyn parece la solución más adecuada.

Alizane, perpleja, la miró directo a los ojos.

– ¿La comunidad de las silphyn? No sabía que existía tal cosa –admitió.

Haru dejó caer los párpados al tiempo que alzaba las cejas. Con los labios fruncidos en expresión de decepcionado asombro, le dio un golpe en la nuca, y luego dijo:

– ¡No seas tan crédula, hija! ¡Solo fue una broma!

– Ya veo –respondió Alizane, avergonzada, y le dio un codazo en las costillas–. Bueno, admito que la idea de Sheila no me parece tan descabellada. Al fin y al cabo, ¿quién podría saber más acerca del pacto que otras Hechiceras de su misma raza?

– Buen punto –reconoció la smerphyn y las tres se llamaron al silencio por un segundo.

Las brisas de la noche silbaban entre las hojas de los árboles, y las hacían vibrar. Las jóvenes guerreras comenzaron a sentir que la temperatura bajaba. Ya se estaba haciendo tarde y ellas estaban algo cansadas.

– Podríamos hablar con Megumi, o tal vez Margot –propuso Sheila.

– No –soltó Haru, rotundamente–. Ya hablé con ellas al respecto y ni siquiera sabían que existía un pacto del estilo.

Sheila asintió sin decir palabra. También Alizane.

– Bueno –suspiró ésta última–, a menos que una silphyn aparezca de la nada, no tenemos muchas herramientas para solucionar esta situación.

– ¿Piensas rendirte sin brindar pelea? –chistó Haru, provocativa.

En eso, un Krakkan saltó desde la copa de un árbol, y con los brazos extendidos, se arrojó sobre Alizane. Hilos de saliva negra salpicaron sobre ella, mientras la joven alzaba su revólver y descargaba cuatro disparos directo al cíclope cráneo de aquel demonio. Las cenizas teñidas de hedor a azufre llovieron a su alrededor, cuando ella dijo:

– Creí que me conocías mejor que eso, Haru.

 

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