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Saturday, 11 July 2015

La vida de Richie Chanel - Capítulo 7

Era sábado por la mañana y no tenía planes para el fin de semana. Como mi relación con mi familia todavía estaba muy tensa desde mi coming­-out, no tenía proyectos de reencontrarme con ellos en el futuro cercano. Eso, para mi suerte y desgracia, significó acompañar a Reineldis en otra de sus travesías. Ese día me tocó hacerle de compañía para ir a comprar.

Mientras esperábamos al tren, noté a una mujer que, muy angustiada y con los nervios de punta, trataba de impedir que dos de sus cuatro hijos saltaran a las vías del tren. Uno de ellos era el mayor, que a simple vista parecía tener diez años, y el otro era el menor, que rondaba los tres o cuatro. Los dos del medio se mantenían firmes junto a su madre y no se atrevían a mover un pelo, ya que entendían el peligro.

—¡Qué par de pelotudos! —suspiró Reineldis mientras se abanicaba con el diario del día.

Ella había terminado de leer los titulares y, como día tras días las noticias se limitaban a asesinatos, robos, crisis financiera, más robos y quién quedó eliminado en el “Bailando” de Tinelli, consideró que era momento de dejar la realidad impresa de lado y conectarse con lo que ocurría a su alrededor.

Aquella mujer, que parecía estar cercana a cumplir cuarenta y cinco, no daba abasto. Mientras se aferraba a su cartera, para que los ágiles carteristas, rápidos como gacelas, no se la arrebataran sin que se diera cuenta, y luego de forzar a sus dos hijos —los que sí entendían el peligro que implicaban las vías del tren— a sostener las bolsas de las compras, corría entre la gente para detener a los otros dos, que amenazaban con tirarse a las vías del tren. Para ellos el “juego” era de lo más entretenido. No paraban de reírse.

Entonces me acordé de un documental de leones que había visto un día, ya no sé bien cuándo. Los leones, al igual que los elefantes, son mis animales favoritos. Siempre los admiré por su tamaño y por su fortaleza. Sin embargo, esa película amplió y alteró ligeramente mi visión con respecto al rey de la selva. Según contaban los expertos, mientras las madres dedicaban su vida a proteger y a alimentar a las crías, los machos se marchaban junto a otro grupo de machos para definir su “hombría” y pelearse a muerte con otros machos y, de este modo, definir su superioridad y fortaleza. Es decir, egoístas e inmaduros, que dedican su vida a ver quién la tiene más grande.

Humanos y leones, ambos cortados por la misma tijera.

La sutil diferencia era que, cuando los leones encontraban una nueva manada, iban en busca de los cachorros machos para asesinarlos mientras las leonas estaban distraídas o iban de cacería para alimentar a la manada. Así aseguraban su futuro como reyes de la manada… ¡El amor familiar no tiene comparación!

Los cachorros tampoco son demasiado inteligentes. Antes de que los machos infanticidas aparezcan en la manada, las leonas son las que reinan y dirigen la batuta. Luego de alimentarlos y mientras las leonas duermen, los cachorros más aventureros, o más idiotas, salen a recorrer el territorio, perdiéndose en más de una ocasión. Y como no saben cómo regresar, pasan el día y la noche perdidos en las sabanas. Las leonas los llaman durante toda la noche y, si no logran encontrarlos, dedican toda la mañana siguiente a buscarlos. En la mayoría de los casos, por no decir en todos, se encuentran con el cadáver de su cachorro devorado por buitres o hienas… No es por defender al feminismo, pero vamos. A los hechos me remito.

Con el pensamiento de regreso a la estación de tren, ver a esa madre tratando de evitar que sus hijos se tiren a las vías del tren me hizo recordar a los leones… Y más que nada a los cachorros. Entonces pensé, si esas dos criaturas son tan estúpidas como para querer saltar a las vías del tren sin darse cuenta del peligro, ¿no sería conveniente dejar que lo hagan?

¡No me malinterpreten! Lo que quiero decir es que esos dos “no tan lúcidos angelitos” algún día van a llegar a ser adultos. Y si con la edad que tienen ya son un dúo de papanatas, no me quiero imaginar qué va a pasar cuando lleguen a los veinte o a los treinta… Si es que llegan. ¿Realmente queremos tener adultos como ellos dando vueltas?

La madre logró someterlos a su autoridad justo cuando el tren se acercaba a la estación y los  “angelitos” no paraban de reírse. Al parecer, todavía no entendían el peligro.

Y justo cuando estaba por pensar que me había vuelto más antisocial de lo que considero humanamente posible, Reineldis dijo:

—¡Pero por qué no los dejás! ¡Dales un empujoncito! ¡Si hoy no los aplasta el tren, mañana los va a aplastar el mundo!


El alma me volvió al cuerpo y pude subir al tren con una sonrisa.

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