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Saturday, 25 July 2015

La vida de Richie Chanel - Capítulo 9

El otro día me subí al colectivo para ir a la universidad. Tenía un examen final, que había tenido tiempo de preparar y me sentía seguro, pero de todas maneras estaba nervioso. Por costumbre, quizás.

El colectivo estaba lleno, cosa que a esa hora de la mañana—eran alrededor de las 11— no solía ser usual. Me tocó viajar de pie. En una parada, tres mujeres con carritos de bebé subieron por la puerta central y me tuve que hacer a un lado para dejarles espacio, lo que me posicionó frente a una pareja. Ella tenía toda la pinta de ser rusa y él marroquí. Él me revisó de pies a cabeza con la mirada y con una expresión de odio tan profunda que no pude evitar sentirla. Lo miré justo cuando él desvió los ojos hacia la ventana, lentamente y sometido por una profunda rabia. La mujer, que me di cuenta era su pareja, notó la actitud del marroquí y exhaló una risa cansada e incrédula. Yo hice lo mismo.

Si bien muchos piensan lo contrario, no tengo cara de payaso ni de asesino serial. Tampoco me visto para provocar ni actúo de manera que pueda irritar a la gente. Ese hombre, sin embargo, no estaba reaccionando ante nada que yo hiciera, sino ante su propia actitud hacia la vida. Él, me atrevo a asumir, es de esa clase de personas que odian todo porque no saben cómo relacionarse con el mundo de otra manera. Es el típico macho. ¿Desde cuándo la hombría tiene que ver con el odio por la vida? No lo sé, pero ese hombre parecía ser un experto en odiar.

Verlo me llevó a pensar, ¡qué difícil es la vida de alguien que tiene que odiar constantemente! Me lo imagino caminando de la mano por el parque con su novia la rusa. Ella, con su pelo largo y rubio platinado bailando en el viento, y una sonrisa amplia estampada en la cara. Él, con paso tosco, seco, los hombros trabados como si hubiesen perdido toda movilidad, y con su actitud de desprecio. Y de repente pasan junto a un árbol, él lo mira de reojo y dice:

—Mirá a este hijo de puta. ¿Quién se piensa que es? Árbol de mierda, carajo.

También me imagino que la rutina diaria debe ser una tortura para gente como él. Se despierta, desayuna y se prepara para salir a trabajar. Entonces, el gran dilema que le arruina el día, tal y como todos los días.

—¡Otra vez, la puta madre!

—¿Qué pasa, mi amor?

—¡La puerta!

—¿Qué le pasa a la puerta?

—¡Otra vez tengo que abrir la puerta para salir de la casa! ¡Odio las puertas de mierda! ¡Todos los días tengo que abrirla y me tiene las pelotas por el suelo!


Digo yo, ¿no sería más fácil reírse un poco en vez de odiar tanto?

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